Escritos,historias y locuras.

lunes, 26 de junio de 2017

BUENOS AIRES,HORA CERO:PARTE II


Llovía.
Cada charco era un mundo, una quimera posible en tanto un pie , deleznable y bárbaro, no lo pisara salpicando el barro que ata los sueños a la imposibilidad de la naturaleza humana.
Graham no comprendía qué hacía allí, en esa ciudad, justo frente al viejo puente de la Boca, muriéndose de frío, solo.  (Una ráfaga de luz... Aclaraba?) 
El anticuario lo esperaba a las nueve de la mañana, en un hotel de Retiro.  Estaba lejos, pero no eran más de las siete y cuarenta.  Se decidió por  caminar, aun al riesgo de perderse en la ciudad desconocida . 
Más allá, el hielo. Más allá, el infierno.  Después del fin del mundo... qué otra cosa cabe esperar sino el infierno? 
Se detuvo en un café roñoso;  acaso era  el mismo de la noche anterior. 
Era el Sur que lo atrapaba con sus largos dedos flacos, hambrientos.
Era ese Sur del que sólo había oído hablar como  se escucha ,sin poner mucha atención, una leyenda imposible. 

   
_Nunca juzgue usted al hombre.. ni al edificio...  por su fachada _ El individuo  del Borsalino gris sonrió amigablemente.
_Ni al libro por su portada_ se atrevió a decir Graham. 
Un ciego bebía té negro (el aroma, inconfundible, Earl Grey, sin duda), en una mesa, solo, apoyado en su bastón, y parecía contemplar el vacío. Estaba justo pegado a la ventana.
_Eso es cierto_ terció el ciego_ La última edición de Conrad que tuve en mis manos tenía una portada horripilante. Sabe usted, eh...la longitud de las letras era atrozmente desmesurada... desafiaba todas las leyes de la simetría... 
Aquel hombre no hablaba... Balbucía... 
Era la niebla en sus ojos.. o una extraña humildad de la soberbia ... o soberbia de humildad... o pretensión de insignificancia... 
_No me había percatado de su presencia,Scharlach_dijo,volviendo sus ojos velados por la ceguera al rostro del primer interlocutor. 
_Nadie más en el mundo me llama así_ murmuro éste, señalando un sitio junto al balbuciente ciego_ Quizá quiera usted perder unos minutos conociéndole mejor. 
Y volviéndose al ciego: 
_Cómo has estado, Georgie? 
El ciego continuó con su monólogo: 
_Debí reconocer el perfume de gardenia, eh.... Proust estaría furioso con el detalle de mi inesperada anosmia. 
_Oh,no te preocupes, Georgie. A todos nos pasa. 
Luego, una vez sentados a su mesa, hubo café para Will GRaham   y para el  inesperado anfitrión, y otra taza de Earl GRey para el ciego. 
_Almorcé con Ernestito ayer, en su casa.
_Con cuál de los dos,eh?
_Con el del informe.
Silencio. 
Will Graham se sentía vagamente incómodo. "Vagamente", uno de esos atronadores adverbios de modo que hubieran desmadejado al ciego con su sonsonete drásticamente repetitivo, era sólo un adorno de la sensación original y auténtica. 
Incomodidad, silencio. Y perplejidad. 
_Vamos_ dijo el hombre del Borsalino, y su tono apremiante no dejaba lugar a dudas. Y añadió:
_No hay que hacer esperar al señor Presidente. 
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Inútiles fueron las explicaciones de Graham respecto de su pactada entrevista con el anticuario. 
_Bah! Ezra?  Puede esperar .No va a morirse todavía. 
Apenas le dio un minuto para telefonear desde el bar . Ezra, aunque desilusionado, no se mostró sorprendido. 
_Ha encontrado usted a uno de los hombres_ dijo. 
Y colgó. 
El Mercedes negro avanzaba entre el reumático ronroneo de los buses y el rechinante ruido de los frenos de los automóviles que, a  esa hora, transitaban por Leandro N.Alem en dirección Sur-Norte. 
_No tema usted , ni simule argucias protocolares que no son propias de su estilo. 
Sea tal cual es. Este hombre sabe leer a los demás hombres. 
Graham no atinaba a decir palabra. Cuando iba a ensayar una tímida pregunta, una mole de color rosa inglés le salió al encuentro. 
_Hemos llegado.
El chofer (un negro con aspecto de senegalés bien educado en París y curtido en la guerra de Indochina)  detuvo el coche justo frente a la entrada principal. 
_"Ellos subieron las escaleras"  es una frase que nuestro buen amigo Georgie  jamás escribiría_ apuntó el hombre del sombrero,riendo.
Graham quiso aducir su mala traza, su desaliño, su rostro sin afeitar.... Pero nada de eso le pareció importante a su  cicerone.
Planta alta, primer despacho. 
Un hombre de traje gris entró, y salió al punto. 
_El General los espera_ dijo. 
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Graham podría vivir cientos, miles de años, y jamás olvidaría esa sonrisa. Ni esa voz. Ni el cigarrillo consumiéndose en las manos fuertes, manos de comandante nato, pero también de señor feudal hospitalario,con un poco de la autoridad de los zares y otro poco de la magnanimidad de los revolucionarios que, antes que hacer sus revoluciones, las sueñan y hasta las dibujan con lujo de detalles. 
Una mujer entró.  Era bella, no muy alta, rubia, delgada, elegantísima  y sonriente.
Graham supo inmediatamente de quién se trataba. 
El hombre del sombrero hizo una estudiada reverencia, y luego los tres rieron, entretanto Graham no sabía si hacer coro a las risas o quedarse mudo. Optó por esto último. 
_Gracias por el espléndido regalo_ dijo la mujer, sin dejar de sonreír al hombre del sombrero_ Lo aprecio mucho, y le daremos buen uso, si Dios quiere... Sabe usted, el proyecto del hospital nuevo me tiene entusiasmada... 
_Trabajás demasiado_ intervino el Presidente, con un tono preocupado :Y casi no has tocado el desayuno hoy.  Unos mates, y nada más... 
_Es que nos levantamos muy temprano, Juan _dijo ella, y a Graham le pareció que hablaban haciendo caso omiso de los visitantes _ A las siete tengo que estar allá.. Si no... Quién se ocupa de todo , decime? 
El Presidente se levantó y besó la frente de su esposa. Ella saludó, y salió de la estancia, con paso casi marcial, caminando sobre los tacones con una seguridad que Graham había escasamente visto en muchos hombres. 
_ Es única _ dijo el Presidente. 
_ Sí _ repitió el hombre del sombrero, que la había mirado mientras se marchaba con una suerte de admiración sincera ... admiración  de la que Graham jamás le hubiera creído capaz. 
_ Y bien? Vayamos a lo nuestro_ apremió el Presidente, sentándose  y abriendo un informe. 
_ Vayamos a lo nuestro _ repitió el del sombrero. Hizo una pausa y señaló a Graham: 
_Capitán William James  Graham, del FBI... Uno de los investigadores más prestigiosos y extraordinarios que yo haya conocido.  Es la persona  indicada. 
_Me confirman que  el ...hombre... está en Buenos Aires.  Es cierto eso, Red?  
_ Sí, General, y puedo asegurárselo. 
_Tanto así? 
_Está en mi casa. 
(Continuará...)






BUENOS AIRES,HORA CERO



El río leonado se evaporaba lentamente .Su olor acre,penetrante,se mezclaba con el aroma de las últimas rosas de abril.
El hombre vestía un traje de gabardina inglesa ,corte italiano,color gris oscuro.Llevaba sombrero, y el abrigo sobre los hombros en estudiado gesto de descuido.
Sostenía los guantes de ante con su mano izquierda,en tanto con la derecha maniobraba una boquilla de ámbar y marfil con iniciales de oro.
Caminaba con paso lento,un paso que podría perecer cansino a los profanos,pero que era como el teatral despliegue de una hidalguía antigua.
Entró al café:Su aspecto de aristócrata de vieja sangre contrastaba con la sordidez de aquel ámbito.La humedad le hirió el olfato,y las violetas que dormían en una taza disfrazada de misérrimo jarrón apaciguaron su incomodidad.
El otro hombre estaba sentado de cara a la ventana.Tenía una gorra a cuadros,vieja,con la visera cayéndole casi hasta cubrir su frente.Unos rizos quizá demasiado largos,entrecanos,originalmente del color de la miel , rozaban sus cargados hombros.
-Buenas tardes.-saludó el recién llegado con voz grave,una de esas voces que parecen surgidas de un universo imposible,habitado sólo por sombras,personajes y máscaras.
El otro alzó un poco la cabeza,lo miró de soslayo,y replicó:
-Buenas tardes,doctor .
Luego hizo un gesto invitando al recièn llegado a sentarse,y se atrevió a observarlo bajo la pálida luz de una pobre lámpara.
Era un hombre de unos cincuenta años,alto,delgado y aún elegante,de cabello canoso y lacio,fuertemente peinado hacia atrás.
Sus viciosos ojos de un azul desvaído tenían,sin embargo,sombras rojizas.
El de la gorra era algo más joven(bastante más joven,como de cuarenta años:quizás menos,aunque visiblemente deteriorado por la bebida y el infortunio,esa infeliz pareja que suele siempre sembrar estragos).Sus ojos garzos no tenían expresión alguna:parecía que la vida lo había abandonado mucho tiempo atrás,dejándole,sin embargo,la capacidad automática de moverse en el espacio y de permancer en el tiempo.
-Puedo preguntarte qué estás haciendo en Buenos Aires?
El hombre de la gorra a cuadros endureció el rostro,y su voz,quizás meliflua,adquirió una extraña connotación de odio:
-Quizás vine porque sabía que usted vivía en esta ciudad.Como ve,es cuestión de vegetar:aquí,allá.....Es cuestión de durar y de esperar.
El hombre alto y canoso suspiró,abrió una pitillera de oro,y le ofreció un cigarrillo:
-Tabaco turco-apuntó el más joven.
-En realidad,egipcio.Estos cigarrillos empezaron a fabricarse por orden del bey de Alejandría.
-Eso fue antes de la primera guerra mundial.
El hombre alto encendió ambos cigarrillos con un precioso encendedor de oro y diamantes,que ostentaba su escudo familiar.
-Sin duda.Desde luego que fue antes de que el mundo se acabara,...hace...ya...cien años?
El más joven miró en torno de sí.
Habían retrocedido cien años en un instante?
-Ya veo-dijo,sonriendo con una amargura que hubiera sido capaz de partirle el alma al otro si el otro la hubiera tenido-Ahora también maneja usted el tiempo?
La pregunta en realidad no era una verdadera pregunta,sino una cuasi afirmación.
-Siempre he manejado el tiempo,mi querido amigo.Es quizás lo más fácil de manejar en estas cuestiones.Es,aunque así no lo parezca,el elemento más sencillo de todos.
-Y qué es lo más difícil o lo más complejo para usted,doctor ?
El hombre canoso no respondió.Guardó silencio y miró las volutas del humo.
Una melodía tristísima y muy vieja venía sonando desde la calle.
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El supliciado abrió los brazos y ofreció su pecho a la rapiña monstruosa de aquella boca que ,a pesar de todo,aún adoraba.
Aferró el cuello de su oponente-amante y no tuvo más fuerzas para murmurar las mil y una palabras que el delirio le inspiraba.
Las lágrimas se obstinaban en permanecer secas,quemándole los párpados por dentro,en tanto sus piernas se enlazaban en torno de la cintura del amante-verdugo.
Era como una fiebre que le comía los huesos.
Ya casi ni podía gritar:hasta la voz se le había muerto.
-Tienes el olor de una manzana madura a medio morder-murmuró el verdugo,embriagándose con el perfume de aquella piel quemante.-Tienes el olor dulce de tu mal,y de tu propia fiebre.
El otro infeliz no podía articular sonido alguno.Sólo se ofrecía a la locura que le arrasaba cuerpo y mente con un ímpetu salvaje,y era su sangre la que suplicaba por más.
-Eres como aquel pasaje del concierto de Vivaldi para dos violines en la menor...Un largo adagio....Eres un adagio :tienes esa ambigüedad de estar entre dos ráfagas de frenesí.Eso es lo que hacen ahora tus piernas en mi cintura.Componen un adagio y son las cuerdas agudas que suplican la respuesta de las voces graves...
El verdugo ni siquiera se había desvestido completamente.Sólo su torso estaba victoriosamente desnudo,en tanto su víctima era un delicado espectro de carne pálida sobre el cobertor de terciopelo verde oscuro.
El pobre desgraciado se atrevió a abrir los ojos para observar morbosamente como un mechón de cabellos canosos se pegaba por el sudor a la frente de su némesis:quizás el único detalle de desprolijidad en la atildada postura del amante que imitaba las imágenes del arte antiguo y ahora era un Caravaggio oscuro y trágico,o quizás un Goya de la serie negra.
Y entonces pensó en los versos del Dante("Poscia,piú che il dolor,poté il digiuno"),en aquel final del canto XXXII del Infierno,y se detuvo en el detalle de su carne disolviéndose en las entrañas del amante,la tumba soñada,ansiada,anhelada,mil veces mejor que la húmeda tierra.
Leyéndole los pensamientos,el otro recitó:
-"Tu vuoi ch' io rinnovelli
Disperato dolor ch'il cor mi preme
Giá pur pensando,pria ch'io ne favelli".
No se trataba del placer,pues éste era ilusorio,o no existía...Se trataba del encadenamiento progresivo y latente,su bajo vientre ardiendo,sus piernas apretando más y más la todavía esbelta cintura de su ejecutor.
No se trataba del deleite humano,sino del furor de un reencuentro.
No era una cuestión de sexo,sino de hambre.No era canibalismo,era una monstruosidad aún peor,era antropofagia del espíritu,y era él,él mismo,quien ahora devoraba a su verdugo en un desesperado intento por arrancarle un día más al tiempo,y arañar la eternidad.
Pasaron las horas de la alta noche,y llegó el alba,y el sudor bañó completamente las sedas y el terciopelo.
El deseo se hizo rancio ,pesado,como la nube oscura que se deshizo en lluvia al dar las seis.
Más tarde,en la mañana lluviosa que devolvía la imagen fantasmal de un Buenos Aires sin tiempo,el hombre alto se irguió para contemplar la figura durmiente de su víctima.
Sonrió,complacido,y se tendió suavemente a su lado,enlazando su cuello,acariciando los rizos entrcanos que habían sido del color de la miel clara,y haciendo que aquella cabeza que rivalizaba en belleza con la del "Narciso junto a la fuente" se apoyara en su amplio pecho.
-Y ahora....qué voy a hacer contigo? A veces no sé si devorarte o dejar que me devores:para variar,sería una experiencia memorable.
Lentamente se abrió la puerta de la habitación en la que todo estaba cubierto por velos blancos.
Entonces entró Cronos, con su paso sagrado,solemne,,y se ubicó en el vértice de un universo intemporal.
Porque en el inmenso reloj de pie,un carrillon que daba las horas haciendo sonar las fúnebres notas del preludio IV de Chopin,las manecillas se habían clavado para siempre.
Una hacia arriba,y la otra hacia abajo,una verticalidad perfecta que anunciaba que,desde ese instante,y para siempre,el universo se había petrificado al dar las seis.
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-Me alegra que le haya gustado la casa-dijo el hombre de voz de violoncello-Cuando me encargó usted que le buscara un lugar en esta ciudad,no pude pensar en otra cosa.
El hombre alto y canoso sorbió su café con la delicadeza estudiada durante más de veinte años de severa educación en aquel entrañable colegio jesuita de Alemania,y dedicó a su interlocutor una genuina sonrisa:
-Nada me tranquilizaba más que el hecho de que fuera usted quien estaría a cargo.
El hombre calvo le devolvió la sonrisa con la misma genuina sinceridad,y luego releyó una carta,sonriendo,con orgullo:
-Es usted el primero en saber que hace dos meses me he convertido en abuelo.
-Mis felicitaciones,pues!
Ambos se estrecharon las manos,y el hombre canoso encargó personalmente una botella de Esprit Napoléon para el brindis de rigor.
-Y....cuál es su nombre?
El hombre calvo hizo un gesto con la mano.Era casi tan teatral como su compañero de mesa:
-Se llamará como su abuelo.
Entretanto.Buenos Aires volvía a vivir ,de súbito,junto a su río leonado,bajo un cielo de hierro.
(Continuará....)